Por Santiago Barón, Madrid
Los actores de la compañía Teatro sin papeles, un grupo de inmigrantes africanos, narran su llegada a España y los problemas que viven en su país de acogida
Tres actores de Teatro sin papeles durante la representación del pasado domingo en Madrid.EdP
Arona Ndoye, senegalés de 27 años, llegó a España en noviembre de 2013. Lo hizo de noche, en patera. Junto con otros ocho compañeros combatieron la lluvia y el viento que, según recuerda, soplaba fuerte. En un momento dado los tripulantes, exhaustos, dejaron de remar. “Amaneció y estábamos perdidos en el mar”, cuenta este joven de complexión atlética y que aparenta menos edad. Sin tierra a la vista, uno de sus compañeros de travesía desenrolló un móvil del plástico que lo protegía y siguió la consigna que le habían dado antes de partir de Marruecos: llamar a Salvamento Marítimo. Tras pasar un año en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Ceuta, Arona llegó a Madrid, donde vivió en una familia de acogida. Tuvo que repetir secundaria pese a haber empezado los estudios de filología inglesa en Senegal. El español que aprendió en Ceuta le permitió cursar directamente 4º de la ESO. Después de las dificultades que vivió para llegar a España, tomó la decisión de compartir su experiencia a través del teatro.
Arona es uno de los actores de la compañía Teatro sin Papeles. En 2017 se embarcó en este proyecto. “Era muy tímido y a través del teatro y la expresión he crecido bastante”, explica. El plantel actual es de nueve intérpretes (seis africanos y tres españoles), y rota con frecuencia por las circunstancias personales de sus protagonistas: cambio de ciudad, de situación laboral, permisos de residencia en España… Los fines de semana se reúnen para ensayar Boza, la obra que representan desde hace un año. El pasado domingo actuaron por sexta vez, en esta ocasión en Casa San Ignacio, en el norte de Madrid. “El teatro tiene para ellos una función terapéutica, social y anímica. El proceso teatral les da la posibilidad de que empiecen a ordenar muchas cosas de su vida y ordenarlas conjuntamente”, explica Moisés Mato, el director de la obra.
Sobre el escenario, los protagonistas escenifican su travesía: la llegada por mar (en patera) o por tierra (el salto a la valla), da paso al segundo acto. En él se ejemplifican, con ironía, las dificultades de los inmigrantes para conseguir los documentos de residencia y las situaciones de racismo cotidiano que aseguran haber vivido. “Muchas veces me siento en el autobús y la persona de al lado se levanta. Algunos han sacado un perfume y se lo han echado delante de mí”, denuncia Mahamadou Shimaka, un maliense de 25 años que escapó de la guerra civil de su país. Una mafia de trata de personas lo abandonó junto a 30 migrantes más en un bosque fronterizo con Ceuta. Llegó a España atado y escondido en el asiento trasero de un coche. Antes de instalarse en Madrid vivió en las calles de Granollers (Barcelona) hasta que una fundación le dio un hogar y pudo cursar secundaria. Ahora Shimaka trabaja en la Comisión Española de Ayuda al Refugiado, está casado y acaba de ser padre. “Son pequeñas cosas para despertar la conciencia”, reflexiona con humildad sobre el sentido de la obra.
Escena del primer acto de la obra Boza.EdP
En el tercer acto ya no hay lugar para las representaciones. Algunos actores miran directamente al público para contar sus experiencias vitales más comprometedoras. Nelly Serge, de 30 años, abandonó Camerún por ser homosexual. Allí sufrió palizas y estuvo en la cárcel por su orientación sexual, que está tipificada como delito en el Código Penal de su país. “Mi único sueño es salir de este infierno”, reza una de las frases de Boza, una palabra que gritan los inmigrantes para celebrar que han llegado a Europa tras haber puesto sus vidas en peligro. El pasado domingo la sala se llenó hasta desbordarse por los laterales, donde algunas personas vieron la obra sentadas en el suelo. Las sillas de colores y la luz tamizada del final de la tarde conjugaban con el optimismo que quiere transmitir Teatro sin Papeles.
“La gente ve la inmigración como algo negativo sin ir más allá: ¿cuáles son los motivos por los que las personas arriesgan su vida?”, reflexiona Arona, para quien lo mejor viene después de la representación: los protagonistas charlan con los asistentes y recogen sus impresiones. “Nos quedamos con la gente y bailamos con música africana. Se acercan y te dicen que no eran conscientes [de la realidad del inmigrante irregular]. Esas cosas te llenan”, cuenta Arona emocionado. La próxima semana la compañía viaja a Valencia. Será el bautizo de Boza fuera de las fronteras madrileñas. Como reza el subtítulo de la obra, El grito que derrumba los muros, este grupo de teatro lucha sobre los escenarios para que las historias de la inmigración calen en todos los rincones de España.
quisiera saber si tenéis en video este teatro ¡BOZA!, el grito que derrumba los muros y algún otro video. me resulta muy interesante presentar a los jóvenes y adultos tantas dificultades para vivir con toda dignidad de ser humanos aunque seamos de distintos continentes. Es extraordinario el empeño por vivir con toda dignidad humana